He tenido la fortuna de conocer distintos lugares de Chile, de
norte a sur, pasando por el rocoso centro. Me he maravillado con sus paisajes
áridos y vacíos, donde la montaña te rodea como queriendo encerrarte. Me
encanté con la vegetación que surge en medio de la nada; el cómo en medio del
cálido y eterno verano emerge la vida y el cultivo, que no se seca, que no se
paga y que permite la subsistencia de distintas especies.
He visto hilos de agua caer de cerros cubiertos de árboles,
he visto sólo nubes producto de la neblina en la mañana, he visto la inmensidad
de un océano que no acaba y la velocidad de una puesta de sol que culmina más
rápido de lo imaginado.
Recuerdo haber pasado minutos infinitos mirando las
estrellas en noches en que únicamente se escuchaba el sonido de los grillos, otras
veces el del lago. Haber corrido para ver la luna más de cerca, sin saber si
pisaba tierra o pasto mal cortado por los animales en el campo.
Me gusta la arquitectura, las grandes construcciones, pero
si me hacen elegir, hoy prefiero aquello que se ha autoconstruido con el paso
del tiempo y los cambios naturales.
Aún queda mucho por conocer, pero lo que hoy conozco me
fascina, y espero quedarme un buen tiempo más disfrutando de las bellezas de mi
país.
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